Con la Resurrección de Jesús, Dios infundió en el mundo un anhelo de vida que nos impulsa al más allá… una esperanza que sólo se acaba con la muerte cuando entremos también nosotros en la plenitud de la vida. No busquemos entonces a Jesús en lo que no da vida, Él vive en su Palabra evangélica aunque parezca utópica; está vivo en la Iglesia que, aunque pecadora, está plagada de semillas de vida que esparcen todos los que se empeñan en cuidarla. Está vivo allí donde hay amor, justicia, verdad; está vivo para quienes tenemos fe en la Eucaristía que celebramos cada Domingo y en la que Él no cesa de entregarse para la vida del mundo. Abramos los ojos y descubramos todos los signos de vida que subyacen en el suelo de este mundo roto en el que Dios sigue empeñado en salvar y dar vida.