No es la primera vez que Jesús habla de su “su hora”; Él era muy consciente de que su vida en este mundo tenía un tiempo medido y una misión, y de que el Padre le iría mostrando el momento en que debía ir finalmente a Jerusalem, para ser juzgado y condenado. Impresiona la convicción y serenidad con que Jesús habla de todo esto, en contraste con el afán de sus hermanos que lo incitan a que se dé a conocer a quienes sabrán acogerlo y valorar sus palabras. Este Evangelio nos pone delante de nuestros afanes por aprovechar el tiempo y por querer hacer siempre más y más; necesitamos aprender a ir al ritmo de Dios sin perder el horizonte de nuestra vida, que no es propiamente el del logro y el éxito, sino de haber cumplido la Voluntad del Padre viviendo en íntima relación con Él.