Es tan fácil juzgar a los otros, evaluarlos, tratando de dar cuenta de lo que hacen o dicen. No hemos podido acabar con las comparaciones, las preguntas indiscretas, y hasta las envidias. De esto da testimonio el final del cuarto evangelio; Pedro, el que ya es considerado como el responsable del proyecto de Jesús, cae también en esa curiosidad sobre la relación de Jesús con “el discípulo amado”. Y Jesús le responde casi con las mismas palabras: “y a ti, ¿qué?”. A estas alturas del camino recorrido y de nuestra experiencia pascual, evaluemos nuestra capacidad de hacer comunidad con personas diferentes a nosotros, con las muy diferentes, con las opuestas a nuestro modo de ser o de pensar. Dejemos al Señor y a estas personas en la libertad profunda de su intimidad con Dios y con los otros.