“Vengan, benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed…estaba de paso…” (Mt.25,31-46)
Seremos juzgados en el amor…seremos juzgados en el amor… Eso nos debe resonar todos los días de nuestra vida. En esto estamos igualados todos. Aquí no hay religión, o cultura, o condición social que valga. Estamos todos en la fila, ya llegará nuestro turno de dar cuenta, tarde o temprano.
No nos preguntará cuántos y qué títulos obtuvimos. No nos preguntará a cuantas misas, procesiones, fuimos. Es más, nos corresponderá aquella frase dicha en San Lucas: “Al que mucho se le da, se le exigirá mucho; y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más”, porque de una u otra manera hemos sido elegidos por su amor para algo grande, y muchas veces desaprovechamos ese regalo de Dios.
En esta lectura tenemos el examen de conciencia básico.
Antes de rendir un examen, uno se interroga: ¿Qué preguntarán?, ¿de qué forma?
Aquí nos dice en qué seremos evaluados al final de nuestro tiempo. Por actos aislados, que, sumados entre sí, configuran una actitud de amor. Así como la hora está formada por una sucesión de minutos y estos de segundos, también nuestra vida está conformada por una sucesión de actos que constituyen una persona que ama, que da, que se brinda.