“Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Marcos 12, 17 San Marcos nos dice hoy que Jesús ya está en Jerusalén para llevar a cabo su misión como Mesías sufriente. Después de haber entrado triunfalmente a Jerusalén y de haber purificado el Templo, el Señor tiene una serie de controversias con los Dirigentes del Templo y de Israel (que se pusieron de acuerdo para matarlo) y los desenmascara con la parábola de “los viñadores asesinos”, leída ayer. Derrotados, los enemigos de Jesús envían a los fariseos y herodianos para ponerle una trampa, unos nacionalistas y los otros colaboracionistas. Ellos, como “zalameros” que son, lo elogian para luego tender una trampa con su pregunta capciosa e hipócrita: ¿hay que pagar el impuesto al César? Jesús los desenmascara pidiendo que le muestren la moneda (un denario); ellos, cayendo en su propia trampa, le muestran la moneda con la figura del César, mostrándose así impuros ante el pueblo por tener y tocar una moneda pagana con la imagen de un dios falso (el César). Jesús simplemente les dice que le devuelvan su moneda al César, ya que los deberes para con Dios no eximen de los deberes para con la sociedad; que el César reciba su tributo, pero más importante, que Dios reciba su tributo en el verdadero culto: restituyendo lo debido a los, pobres, a los explotados, a los excluidos, a los aplastados, a las víctimas de la injusticia.