” Si no hacen caso a los profetas tampoco se convencerán, aunque resucite un muerto” (Lc.16,19-31)
El relato nos presenta a un rico que banquetea y se divierte, símbolo de quien se ha colocado a sí mismo como el centro de todo. También vemos a un pobre llamado Lázaro, echado junto al portal del rico, ignorado, excluido, desamparado; cubierto de llagas, deseando hartarse de las migajas que caen de su mesa.
El diálogo entre el rico atormentado y el Padre Abraham, puntualiza el mensaje central de Jesús. El rico recibió bienes en la tierra, pero no supo aprovecharlos para recibir la gloria del Señor. Los retuvo para sí, colocó en ellos su seguridad y se hizo insensible a las necesidades de los otros. Se cerró en sí mismo y no se compadeció del pobre Lázaro, que estuvo tan cerca de su casa, pero tan lejos de su corazón.
Esta parábola nos ayuda a confrontar nuestras acciones y nuestro corazón con los sentimientos y actitudes de Jesús, nos invita a revisar si nuestra vida está puesta al servicio de los demás y en qué forma concreta hemos salido al encuentro de sus necesidades.