Lucas 10, 13-16: “El que los escucha a ustedes, a mí me escucha; el que los rechaza a ustedes, a mí me rechaza”
Jesús eleva un lamento y una advertencia contra ciudades que fueron testigos de sus milagros, pero no se convirtieron. No es un discurso de condena, sino una llamada de amor: Dios nos da signos, oportunidades y palabras para movernos a la conversión. El reproche a Corozaín, Betsaida y Cafarnaún se debe a que, a pesar de ver sus obras y milagros, no se convirtieron. El mensaje es claro: quién recibe más, tiene mayor responsabilidad. Cafarnaún había sido la “ciudad de Jesús”, su centro de misión. Pero la falta de conversión la hace “bajar al abismo”. Es una advertencia contra la soberbia y la indiferencia: no basta con estar cerca de lo sagrado; hay que dejarse transformar, hay que demostrarlo con hechos y obras.
Jesús concluye al afirmar que quien escucha a sus discípulos lo escucha a él, y quien lo rechaza a él, rechaza al Padre. Esto da gran valor a la misión de la Iglesia: el enviado participa de la autoridad de Cristo. Quien acoge al humilde mensajero del Evangelio está acogiendo a Cristo mismo.
Hoy podemos preguntarnos: ¿Cómo respondo a los dones que Dios me ha dado? ¿Cómo escucho y acojo los signos que se me presentan en mi vida?