Lucas 10, 17-24: “Padre, te doy gracias, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños”
Este pasaje nos muestra a los setenta y dos discípulos que regresan llenos de alegría después de la misión encomendada por Jesús. Ellos se sorprenden de la fuerza del Nombre de Jesús, hasta los espíritus se someten. Pero el Maestro les hace una advertencia fundamental: la verdadera alegría no está en el poder ni en el éxito. Jesús le abre los ojos a la dimensión más profunda de la misión: no es el dominio sobre el mal lo que da sentido, sino la comunión con Dios y la fraternidad. El Reino se recibe como don, y se manifiesta especialmente a los pequeños y sencillos, no a los sabios ni a los entendidos según los criterios del mundo. Dios revela sus secretos a los pequeños, a quienes tienen un corazón abierto y confiado. No es el poder, el saber o la fama lo que abre las puertas del Reino, sino la sencillez y la transparencia. Hoy se nos invita a poner nuestra confianza no en los éxitos visibles, sino en la certeza de que somos hijos de Dios y que nuestro nombre está guardado en su corazón. La misión se vive con alegría, pero sobre todo con confianza, gratitud y humildad.
Celebrar a San Francisco de Asís nos interpela a la búsqueda de paz y a la a interconexión con toda la creación y la importancia de cuidar nuestra “casa común”, la Tierra. Hoy más que nunca es un compromiso profético de los seguidores de Jesús. ¿Qué estoy haciendo por cuidar a los habitantes más vulnerables de la “casa común”?