“Salió el sembrador a sembrar su semilla” Lc. 8, 4-15
Quién ha sembrado alguna vez, sabe que sembrar es un acto de esperanza e ilusión, pues se espera que lo sembrado crezca y, si es posible, dé fruto. El cuidado tiene mucho que ver con que el proceso del crecimiento sea adecuado, pero no es el único factor que hay que tener en cuenta. Jesús, que sabe de siembra, nos habla por medio de esta parábola para darnos a conocer la importancia de la tierra, la disposición, también la gratuidad con la que se da el crecimiento. Seguramente a lo largo de nuestra vida, hemos tenido la oportunidad de sembrar diferentes tipos de semillas, pero que tienen la misma fuerza. También en nosotros Dios, a través de otras personas, ha sembrado semillas, de algunas somos conscientes y otras todavía nos falta descubrir. Agradezcamos al Señor su siembra en nuestra vida.