En el evangelio de hoy, Jesús nos hace una seria advertencia: quien quiera entrar por el camino que lleva a la vida, ha de entrar por la puerta estrecha. En una sociedad en la que parece que todo vale y donde la vida agitada, el afán de producir y consumir nos agotan, esa advertencia puede sonar fuera de contexto. No se trata de volver a una vida de normas esclavizantes y sin sentido, sino más bien, de ver cuál es el horizonte que ilumina nuestra vida y cuál la vía que nos lleva a Él. Si el horizonte es el del Reino de Dios y su justicia, como lo fue para Jesús, entonces la vía es el amor. Un amor que nos saca de nosotros mismos y nos lleva a gustar del valor de la entrega a los demás, de la solidaridad, de la coherencia con aquello que hemos descubierto como camino de vida. Las renuncias que conlleva esta manera de vivir, son la puerta estrecha por la que entró Jesús en primer lugar.