Viernes, 13 de septiembre 2024

“¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (I Corintios 9, 16-19. 22-27

Juan de Antioquía (de sobrenombre Crisóstomo, que significa: Boca de oro), fue un gran predicador, fiel a la Palabra de Dios, utilizaba como recurso sus oratorias para instruir, corregir y reprochar. Sobre el apóstol Pablo, con quien se identificaba en su pasión y responsabilidad por el anuncio de la Palabra “¡ay de mí si no predicara el Evangelio!”,  expresó en una homilía: Eligió Dios, dice, la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; y lo que nada es, para destruir lo que es… el mismo Pablo lo confirma cuando dice: Yo llegué a anunciarles el testimonio de Cristo, no con sublimidad de elocuencia o sabiduría; porque nunca entre ustedes me precié de saber cosa alguna sino a Jesucristo, y éste crucificado. Preguntémonos ¿Cómo vivo yo mi vocación? ¿Qué pasión me mueve?