“Ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen (Mt.23,1-12)
Jesús no era de la tribu de Leví de donde salían los sacerdotes y encargados del culto. Tampoco pertenecía a una institución religiosa como la de los fariseos. Era parte del pueblo y miraba, observaba como actuaban los jefes espirituales y las instituciones que se constituían en élite. Quizás entre ellos no tenían autocrítica porque estaban viviendo todos, la misma realidad, así se acostumbraron a vivir, y con el tiempo perdieron la noción de lo que le costaba a la gente ser fiel a Dios
Estas enseñanzas fueron perdiendo su vitalidad hasta convertirse en normas que ponían pesadas cargas a los demás. A ellas se refiere Jesús en este Evangelio.
Leamos la invitación que al respecto nos hace el papa Francisco en el siguiente párrafo:
“No hay testimonio sin una vida coherente. Hoy no se necesitan tantos maestros, sino testigos valientes, convencidos y convincentes, testigos que no se avergüencen del Nombre de Cristo y de su Cruz ni ante leones rugientes ni ante las potencias de este mundo, a ejemplo de Pedro y Pablo y de tantos otros testigos a lo largo de toda la historia de la Iglesia. «Es muy sencillo: porque el testimonio más eficaz y más auténtico consiste en no contradecir con el comportamiento y con la vida lo que se predica con la palabra y lo que se enseña a los otros”. (Papa Francisco)