“Luz para alumbrar a las naciones” Lc. 2, 22-35
El evangelio de Lucas nos ofrece el texto de la Presentación del Niño Jesús en el templo; esta es la presentación pública. Pero, de nuevo, el relato es desconcertante, vemos a los padres que llevan al Niño al Templo, pero no es recibido por los sumos sacerdotes, ni los dirigentes religiosos. Se repite lo del nacimiento, no es acogido, los pastores tienen que ir buscarlo a un lugar apartado y lo encontraron recostado en un pesebre, sin más testigos que sus padres: María y José.
Quienes acogen a Jesús y lo reconocen como Enviado de Dios son dos ancianos de buen corazón que han vivido su larga vida esperando la salvación de Dios. Ellos son Simeón y Ana. Estos representan a tanta gente de fe sencilla que, en todos los pueblos de todos los tiempos, viven con su confianza puesta en Dios.
La gente sencilla es la que no tiene nada, solo su fe en Dios. Solo esperan de El la “consolación” que necesita su pueblo, la “liberación” que llevan buscando generación tras generación, la “luz” que ilumine las tinieblas en que viven los pueblos de la tierra. Ahora sienten que sus esperanzas se cumplen en Jesús.
¿Soy persona sembradora de esperanza?